23/07/2024

Palestina en el corazón

Entre desorientados y consternados, asistimos desde hace unas semanas a una masacre de población inocente en Gaza —y también a una violencia creciente en Cisjordania— que no sabemos cómo padecer. Porque un país democrático que sigue los valores de Occidente, como es Israel, «uno de los nuestros», no puede ni debe buscar su seguridad impidiendo la vida de sus vecinos. Porque siempre nos habían enseñado que el odio sólo engendra más odio. Porque nos parece un sin-sentido todo esto.

Primero eran las guerras africanas y los golpes de estado americanos, que quedaban lejos nuestro. Después las primaveras árabes, la represión siguiente y algunas guerras internas, pero ahora la guerra la tenemos en el patio de casa —Ucrania, Gaza…— y nos cuesta pensar, por ejemplo, que en un lugar los invasores son los malos y en otro deberíamos justificarlos. ¿Qué está pasando?
La respuesta no es nada fácil, y a buen seguro que hay un montón de factores que pueden explicar dónde estamos. De entrada está claro que nace un mundo nuevo y los poderosos no aceptan las antiguas normas que se habían consensuado y habían regido el mundo moderno. Lo que me parece más grave, ahora mismo, es que empiezan a romperse las reglas básicas —como el derecho internacional humanitario— en los diferentes conflictos armados que existen en el mundo.

Lo que me parece más grave, ahora mismo, es que empiezan a romperse las reglas básicas en los diferentes conflictos armados que existen en el mundo.

La capacidad que tiene este conflicto de polarizar opiniones y adhesiones hacia uno u otro bando no tiene comparación con ningún otro. Es obvio que la influencia económica, cultural y política de Israel en Occidente, o la emigración masiva de población palestina, parte de la cual malvive en varias regiones del mundo, promueven esta polarización ideológica —y también emocional, no lo olvidemos—, y eso dificulta, precisamente, la resolución de un conflicto que desde la construcción de paz nos negamos a ver como irresoluble.

Es necesario, eso sí, honestidad intelectual para proclamar que la victoria de Israel y la derrota o disolución de Palestina para resolver el conflicto de forma permanente —tesitura en que nos encontramos ahora mismo— no es posible. El paradigma que hay que construir es bien diferente: la seguridad de los dos pueblos depende irremediablemente de la seguridad del otro. Tanto el no reconocimiento del estado de Israel por parte de Irán y sus aliados, como las acciones de Israel para ir haciendo inviable desde hace años un estado Palestino, imposibilitan un camino de solución a medio o largo plazo. Dos estados en convivencia pacífica sólo podrán convivir en condiciones de mutuo reconocimiento y de seguridad mutua.

Hay una solución política a este grave conflicto, sí, pero pasa necesariamente por el reconocimiento del otro en igualdad de derechos, por la convivencia con seguridad mutua y por un cambio cultural de percepción del otro que será lento pero que es posible: no hay que elegir un bando y demonizar al otro. Hacerlo así impide cualquier camino de paz. Las dos comunidades deben poder construir su Estado en convivencia con otro Estado.

Hay una solución política a este grave conflicto, pero pasa necesariamente por el reconocimiento del otro en igualdad de derechos.

¿Por dónde podemos empezar, para cambiar esta retórica que propugna el anononamiento del otro? Pues, de entrada, escuchamos las voces que desde Palestina e Israel trabajan por la paz (no todo el mundo cree en la violencia para resolver el conflicto), y démosles cobertura. Después, prevenimos y rechazamos, públicamente, las actitudes antimusulmanas o antisemitas, como una forma de combatir la polarización. Y, además, pongámonos al lado de las víctimas de la violencia, acompañándolas en su dolor. Eso es lo que proponemos desde el ICIP —Instituto Catalán Internacional por la Paz— para responder a la desorientación y al desánimo que dan alas a las fuerzas que se oponen a la paz.