África, ¿una tierra de futuro?
Siempre las noticias sobre África negra son contradictorias. Por un lado, los conflictos, guerras, hambre, etc. Como la situación en el Sahel, que conjuga movimientos migratorios con golpes de Estado (Burkina Faso, Mali, Níger…). Por otro, datos como la riqueza en recursos minerales (petróleo, coltán, cobalto, tierras…) que a veces son maldiciones, como los millones de muertos de la cuenca del Congo para poder comprar teléfonos, videoconsolas, ordenadores baratos en el resto del mundo. O la creciente urbanización: más de la mitad de África vive en ciudades; por lo tanto, hay que romper la imagen colonial-rural. También cabe destacar la juventud de la población: se calcula que el 60% de la población africana tiene menos de 25 años.
Todo en un contexto de fracaso absoluto del modelo de Estado-nación importado desde Occidente y que se impuso a las propias formas de gobierno africanas. El actual modelo político no tiene viabilidad.
Y al mismo tiempo, los pueblos africanos son dinámicos en muchos sectores que influyen en todo el mundo, como las nuevas tecnologías. El sistema operativo Ubuntu Desktop (Linux), de software libre, se fundamenta en la noción comunitaria de persona —»yo soy porque nosotros somos»— bantu. O aportaciones a las finanzas con los bancos comunales como el Yangué del pueblo Bubi de Guinea Ecuatorial o las Nadd en Senegal, mal llamados tonine, que han inspirado las Comunidades Autofinanciadas (CAF) en nuestra casa. O el Cinturón Verde impulsado por la premio Nobel Wangari Maathai, un ejemplo de reforestación y parada del desierto impulsado por las mujeres kenianas.
Quizás una vía para favorecer respuestas constructivas sería dejar que los pueblos africanos encuentren su propio camino por sí mismos, sin interferencias de otros estados o consorcios empresariales, para reconfigurar precisamente las relaciones con otros pueblos del mundo, en equidad y justicia.